Don Alfonso Pereira, su esposa doña
Blanca y la hija de éstos llegan a la hacienda de Cuchitambo por dos
grandes motivos: económicos y sociales. A causa de sus malos negocios y
de las deudas en que ha incurrido, así como los préstamos que ha pedido,
don Alfonso se encuentra en la miseria y debe aceptar la propuesta de su
tío. La misma supone cambios drásticos en el manejo del latifundio, que
ahora pertenece, así como los huasipungueros a los inversores
extranjeros. La desgracia social que la bancarrota implica para los
Pereira se ahonda: su hija, soltera, una niña de 17 años, está
embarazada nada menos que de un cholo; un “cholo por los cuatro costados
del alma y del cuerpo” (Icaza 67).
Los cambios que los inversores
requieren en la hacienda tienen que ver con la tierra cultivable: para
una mejor producción, es necesario desalojar a los huasipungueros y
reubicarlos en un área no sólo normalmente castigada por la naturaleza,
sino también factible de ser arrasada por la creciente. A la vez que
debían reubicar sus chozas, los huasipungueros debían arar y cultivar
las laderas, hasta ese momento auténticos pedregales. En estas
operaciones, Andrés Chiliquinga sufre un accidente que lo deja rengo, y,
al decir de don Alfonso, un indio rengo vale menos. Los indios son,
efectivamente, desalojados por la fuerza, y sus huasipungos corren la
suerte (im)prevista: son arrasados por la creciente.
Al llegar a la hacienda Alfonso por las presiones de su tío comienza a
maltratar a los indigenas; los explota, los esclaviza, los deja sin
alimento y los despoja de los huasipungos sin tener ninguna compasión.
Además engaña a todo el pueblo creyendo que él va a traer el progreso a
Cuchitambo, cuando en realidad solo realiza la carretera para sus
propios fines.
Los hechos que son iluminados en la novela son narrados a través de diferentes puntos de vista.
CUMANDA
or encima de la secular polémica que acompaña Cumandá del ecuatoriano Juan León Mera, no hay de duda de que nos encontramos ante una típica novela del siglo XIX latinoamericano. Cumandá
es una narración ambigua, como lo fue el siglo. El empeño literario
transpira preocupaciones ideológicas y políticas. Es considerada la
primera novela ecuatoriana, responsabilidad original cuya ineludibilidad
debe haber gravitado sobre el autor. Cumandá puede ser leída
como un romance nacional con música celestial. Su estructura, no tan
simple como una primera lectura puede sugerir, es la de una novela
romántica cuya acción transcurre en un idealizado ambiente exótico. El
primer capítulo nos sorprende con una descripción de la singular
geografía del oriente ecuatoriano propia del viajero ilustrado que tanta
fortuna gozó en el período. En los siguientes, la codificación
romántica se va adueñando de la narración a medida que van haciendo su
aparición los personajes centrales y siempre en contacto con ellos. La
naturaleza es entonces sometida a un proceso de literalización. Si en un
principio el código ordenador cumple una función racional e
integrativa, más avanzada la novela, la selva va adquiriendo un
progresivo dualismo muy en línea con la codificación romántica. Como en
una gran mayoría de novelas del período, la funcionalidad ideológica y
política supera al interés literario. Recuérdese que en esos años la
política integradora de García Moreno estaba promoviendo la unión de la
costa con el altiplano mediante la construcción de una infraestructura
vial que aproximase regiones anteriormente aisladas. En esa misma línea
integradora puede estudiarse Cumandá, al dar color nacional a
regiones hasta entonces semi abandonadas y que por esas fechas entraban
en litigio con las naciones vecinas. Eran tiempos urgentes en que las
nuevas repúblicas se aprestaban a medir sus ilimitados contornos, contar
sus riquezas y teñir de color nacional sus múltiples formas expresivas.
Como ha indicado Hernán Vidal, se partía de una concepción romántica
que intentaba forjar un «alma colectiva que otorga
identidad a los pueblos en la historia; esto explicaría la voluntad de
representar las condiciones espaciales, las formas de vida y las
manifestaciones culturales de la población indígena en la selva
amazónica como elemento distintivo del Ecuador como nación»
(199).
EL RINCON DE LOS JUSTOS
a novela le debe su título a un antro situado en un barrio marginal de
la ciudad, Matavilela, barrio que tiene sus días contados pues va a ser
desalojado por orden municipal. La novela se ambienta en el Guayaquil de
finales de los años setenta (el autor es aún más concreto, haciendo
coincidir la acción con uno de los sucesos más transcendentes y
señalados de la ciudad: el fallecimiento y multitudinario velorio del
cantante melódico Julio Jaramillo, ocurrido el 9 de febrero del año 1978
y que tendrá mucho peso en los personajes). Durante la corta fracción
de tiempo en la que transcurre la obra (abarca de dos a tres días) vamos
conociendo e integrándonos en el barrio. En tan poco espacio (la novela
no dura más de ciento cincuenta páginas) seremos testigos y cómplices
de cada uno de los personajes que pululan por este universo marginal: el
bizco Fuvio, que pasa las noches espiando a una mujer; las dos
Martillo, la virgen y la puta; Sebas, el más machito, líder espiritual
de la comunidad; las Damas Tetonas de la Caridad, que recorren los
peores lugares de la ciudad para recaudar las limosnas de las imágenes
de yeso; el Diablo Sordo, que escribe secretos y analfabetos mensajes de
amor a la mesera de “El rincón de los Justos”; Mañalarga y Marcial; el
matrimonio Chacón; Paco y Blanca Aurora; Cristof; el Niño Avilés;
Tello;…
Todos con una historia propia pero no aislada, que se cruza y que se
mezcla con la de todos los demás conformando la radiografía de ese
ecosistema tan distinto y tan igual en el mundo entero de un barrio
marginal.
He de confesar que al principio la lectura de esta novela me resultó
desconcertante y, por qué no decirlo, pesada. Esto lo achaco a la
estructura de la novela. Está formada por cuatro capítulos que, a su
vez, están compuestos por infinidad de fragmentos más o menos
independientes. Cada una de estas secuencias está narrada de una forma
distinta, ora en primera, ora en tercera persona (incluso hay alguna en
segunda), por narradores distintos que nos se identifican. La cantidad
de personajes y de subtramas que conforman la obra (además de la
carencia de una trama principal) llega a abrumar en las primeras
páginas, siendo imprescindible echar mano de las notas a pie de página
para poder situarnos y saber en realidad qué está pasando.
HORGERA BARBARA
Todo
empieza con el amanecer y la vida tranquila de Montecristi cierto día,
cuando el Estado del Sur, con el nombre de Ecuador, acababa de separarse
de la gran Colombia, llegó al pequeño pueblo un emigrante español
llamado Manuel Alfaro, Capitán de guerrillas en la Península con su
cabeza llena de ideas liberarles, estaba contra absolutismo de Fernando
VII, inspirado por los sombreros de paja toquilla viaja a Ecuador para
olvidar los enfrentamientos por la causa de la libertad.
En
Ecuador Manuel Alfaro olvida sus confrontamientos, y sus desengaños
políticos, se dedica a una vida tranquila con el negocio de sombreros de
paja toquilla, duplica el capital con el que vino de España y compra
una finca en la que se dedica a exportar tagua, vivía en paz con las
personas ya que vivían con la primera Constitución en la cual se
indicaba como “ser moderados y hospitalarios”. Juan José Flores hizo que la ley fundamental tuviera espíritu acogedor para los extraños.
Lo
que prendió definitivamente en la tierra a don Manuel Alfaro fue su
amor por una hermosa joven de 15 años, manabita, de nombre Natividad
Delgado; algunos años más tarde, don Manuel y doña Natividad formaron
una familia, tuvieron hijos, el quinto de ellos era Eloy Alfaro que
nació el 25 de junio de 1842.
Don
Manuel se dedica al cargo de juez de comercio que el gobierno del
General Flores le otorga, con el cual se enriquece con doña Natividad.
Eloy
Alfaro no fue un niño ni triste ni alegre, entre personas extrañas le
aislaba la timidez, no era un niño incorregible ni más caprichoso que la
generalidad, pero padecía de resentimientos prolongados y tenaces y de
accesos de cólera, que don Manuel calificaba de “pataletas”.
Sus
mejores horas de aprovechamiento las tenía cuando doña Natividad le
narraba las historias le lucha que su marido había sostenido en la
remota España, o las anécdotas del Libertador Simón Bolívar; Don Manuel,
en cambio, apacible filosofador del pesimismo, pero moralista y
práctico le hablaba de los desastres nacionales.
NOVELITAS ECUATORIANAS
Entre dos tías y un tío
Sin duda este es el mejor relato de la colección. Trata de una huérfana
que está al cuidado de su ruin tía. Bueno, ella y su herencia, que es
hija de un héroe de la independencia. Ella está enamorada de un
campesino joven y trabajador, pero pobre, por lo que su tía se opone al
casamiento.
No sé hasta qué punto se puede considerar a Juan León Mera como un autor
romántico (o tardo romántico, en cualquier caso), aunque es evidente
que toda la obra, no sólo este relato, están muy influenciada por esta
corriente. En este cuento no falta nada: el amor infortunado, los
paisajes agrestes y tormentosos, la tragedia… En el momento de la
lectura de este cuento me encontré leyendo a Bécquer, y eso en ningún
caso puede ser criticable.
Un matrimonio inconveniente
Esta es la novela más larga y también la más difícil de leer. Y no
porque sea pesada, que el autor sabe lo que hace. Es porque el tema ha
quedado muy anticuado. Un hombre viudo y buen católico tiene una hija en
edad casadera, la cual es pretendida por un joven galante, bien
parecido y bien situado, de trato agradable y honrado a carta cabal. Sin
embargo el padre no está conforme con el matrimonio por la gran lacra
que tiene su futuro yerno: el susodicho es ateo. Finalmente el
matrimonio se produce y la felicidad inicial se trunca con los primeros
apuros económicos, ya que el yerno se derrumba al no tener un firme
sustento moral donde agarrarse.
Hay que ponerse en situación para evaluar esta historia. Nos encontramos
a finales del siglo XIX, donde la moral era un tema más considerado que
ahora, y en América, donde incluso hoy en día la moral cristiana tiene
mucho más arraigo que en el viejo continente. Pero no nos engañemos, las
tesis que defiende el autor en este relato ya eran antiguallas en el
momento de su publicación. Pero insisto, formalmente es impecable y ni
siquiera cuando el carca del padre se enrolla en sus disquisiciones
moralistas se convierte en un relato pesado.
Un recuerdo y unos versos
De este hay muy poco que decir. El propio autor (se supone que es el
propio autor) nos recuerda un suceso que ocurrió hace algún tiempo,
cuando ayudó a una joven enamorada a escribir un poema para su esquivo
amante.
Un tanto intrascendente pero se resuelve en pocas páginas.
Porque soy cristiano
Con un título semejante me esperaba el típico cuento proselitista pero,
afortunadamente, no es así. En esta historia nos encontramos en la época
de las guerras civiles posteriores a la independencia. Un soldado
enfermo es obligado a alistarse en una leva forzosa y queda al mando de
un capitán chusquero que le amenaza, le agrede y le acaba mutilando.
Pasa el tiempo y el ex soldado tiene la oportunidad de vengarse del
capitán.
Este relato tiene moraleja, al igual que la mayoría de los que le acompañan, pero no afea mucho el resultado.
LAS CRUSES SOBRE EL AGUA
Las cruces sobre el agua es una
novela publicada en el año
1946 y escrita por
Joaquín Gallegos Lara, que lo situó entre los iniciadores del tema
urbano en la narrativa
ecuatoriana. La culminación y detonante argumental, es la
masacre del 15 de noviembre de 1922.
La novela corresponde a una época avanzada del
realismo socialista ecuatoriano, ya menos
costumbrista
y desplazado su escenario hacía las ciudades, donde el autor ubica a
los protagonistas en los sectores más humildes y marginados. Por su
contenido histórico y sociológico es una obra clásica de la literatura
ecuatoriana.
La masacre del 15 de noviembre de 1922, se considera una gesta herórica del proletariado ecuatoriano según la tradición
socialista
ecuatoriana (pese a que muchos de los protagonistas de la huelga eran
en realidad artesanos). Fue durante el gobierno liberal de
José Luis Tamayo, y realizada por el
ejército ecuatoriano
aparentemente en respuesta a una jornada de saqueos liderada por
algunos huelguistas ese día. Gallegos Lara (que tenía 11 años de edad en
los días en que se produjeron estos acontecimientos), militante
comunista, traslada a las páginas de la novela a personajes históricos
de la vida política del país. Por ello se considera que la pluma de
Joaquín Gallegos Lara escribió un documento testimonial y de agitación
política, sin embargo se generalizó la confusión de la novela con un
registro histórico fidedigno.
Las cruces sobre el agua fue dedicada por su autor «A la sociedad de panaderos de Guayaquil, cuyos hombres vertieron su sangre por un nuevo Ecuador».í retrataba el escritor ecuatoriano Alfredo Pareja Diezcanseco la
masacre ocurrida el 15 de noviembre de 1922, en la ciudad de Guayaquil.
Ese hecho, de acuerdo a sociólogos e historiadores, marcó el bautizo de
sangre de la clase obrera en el Ecuador.
¿Pero cómo empezó todo?. Guayaquil de inicios del siglo XX era un
puerto que recibía a migrantes de varios países. Con sus calles de
tierra el puerto principal concentró su cotidianidad en el embarque y
desembarque de productos. El gran movimiento económico permitió que en
esa ciudad nacieran las primeras fábricas y con ellas el movimiento
obrero ecuatoriano.

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